A los 87 años es difícil volver a empezar. Es una edad en la que la vida parece llamada a serenarse, a no cambiar. No ha sido así para Luz Estela. En su país, en Colombia, los violentos le arrebataron a su marido. Tuvo que estar escondida. Los señores de la muerte no dan tregua, no respetan ni siquiera a los ancianos. La historia de Luz Estela, que ella cuenta con un español dulce, con una voz sin resentimiento a pesar de lo mucho sufrido, nos habla de la vulnerabilidad
A cada ratico me acuerdo de mi casa en Colombia, de lo felices que fuimos en ella mi marido, mi hijo y yo. Me llamo Luz Estela y nunca me imaginé que con 87 años tendría que dejar todo atrás y comenzar de nuevo en otro país, que extrañaría tantas cosas y echaría tanto en falta a mi marido.
En el año 2001 lo asesinaron. Él tenía una pequeña empresa con algo más de 30 trabajadores. Vivíamos tranquilos hasta que unos bandidos empezaron a pedirle dinero y tuvo que obedecer. Pidieron cada vez más, hasta que un día no pudo hacer frente y se tuvo que negar a pagar para que pudiésemos seguir viviendo. Entonces se cobraron su vida y me lo arrebataron para siempre.
Mi hijo Manuel y yo nos quedamos solos, el resto de nuestra familia se desentendió. Tuvimos que desplazarnos por varios lugares de Colombia y seguimos con los negocios, pero volvieron las extorsiones y lo entregamos todo. Hasta malvendimos nuestra casa para que nos dejasen tranquilos y ganar tiempo para huir. Solo la pareja de mi hijo y un amigo sacerdote nos apoyaron y nos escondieron en los momentos más duros.
Tras un tiempo, vinimos a España. Aquí la gente ha sido muy cariñosa con nosotros. Manuel está buscando trabajo y yo me estoy acostumbrando a la nueva vida. Me cuesta no pensar en el pasado, no entristecerme, pero cada vez soy más consciente de que no podremos volver a casa y nos esforzamos por construir un nuevo hogar aquí.
Todos somos vulnerables, no importa dónde vivamos, cuál sea nuestra situación económica. Muchos de los que ahora son refugiados, tenían una vida como la nuestra, segura, próspera. Los he conocido en el Líbano, en Iraq, en Siria, en la India y en Nigeria. Los que necesitan refugio y los que dan refugio no pertenecen a dos mundos diferentes. Los señores de la muerte no pertenecen a otro mundo, están en el nuestro. Luz Estela y su hijo Manuel, en su huida, encontraron amigos de la vida, que los mantuvieron escondidos, que les abrazaron y les ayudaron al llegar a un país que no era el suyo, que los acogieron. Y al escucharlos me sorprendió que sus palabras tuvieran el acento del agradecimiento. Me hablaron de volver a empezar. Y parecía mentira, pero era cierto, que los señores de la muerte hubieran sido derrotados en lo que parecen invencibles: en su terrible capacidad de desgarrar los corazones. Se puede volver a empezar a los 87 años cuando has sido abrazado por los amigos de la vida